domingo, 23 de diciembre de 2012

"Los islamistas moderados no existen"

Fathi Chamkhi, profesor de Economía, miembro del Consejo de la Revolución de Túnez Tengo 58 años con cárcel y exilio, pero también con un feliz matrimonio de 30 años y dos hijos. Los tunecinos apostamos colectivamente por una libertad sin libertadores ni mesías que no acabe en fundamentalismo islámico. He recibido el premio Internacional Alfonso Comín ¿Ha mejorado la revolución sus vidas en Túnez? Ahora tenemos derecho a manifestarnos y a gritar, pero, aparte de eso, no. ¿Con la dictadura vivían mejor? El turismo es el primero en resentirse de la imagen de inestabilidad y hemos perdido turistas, luego ingresos... ¿Y viven peor? No, porque antes el PIB de Túnez crecía el 3,5 por ciento anual, sí, pero la tarta se repartía aún más injustamente. Los que podían beneficiarse directamente del turismo –del taxista al vendedor de jazmines– lo hacían y el resto intentaba pillar lo que podía. ¿Cómo? Pues los policías y funcionarios se lucraban de mordidas: era bastante generalizado. ¿Eso se ha acabado? Sigue habiendo, pero ahora cuando el policía te para en un semáforo para pedirte la mordida, pues le dices que no, y punto. Pues ya es un progreso. Pero se ha acabado la euforia de la revolución y el día a día vuelve a ser duro. Y nos molesta que los nuevos políticos se asignen sueldos abusivos: los miembros de la Asamblea Constituyente cobran 2.500 euros al mes: un año del salario de un obrero. ¿Su Gobierno islamista moderado está dando ejemplo? Islamismo moderado es un oxímoron, porque los islamistas aspiran a ocupar todo el poder siempre. La diversidad les repele y no aceptan más verdad que la suya ni más ley que la islámica. Son sus genes ideológicos. Parece haber diferencias entre ellos. Pero sólo en la táctica. Los que ustedes consideran moderados intentan ir por etapas sin alarmar a la comunidad internacional. Es una diferencia. Y en ese camino pueden aceptar otros partidos, pero sólo temporalmente. Los radicales, en cambio, quieren todo el poder y ahora y, si es necesario, con la yihad. ¿Tienen programas diferentes? Todos tienen el mismo programa: el Corán como única fuente de toda ley, y simplemente lo aplican: ¿seguridad ciudadana?, cortan manos y pies a los ladrones..., ¿políticas sociales?, la limosna y beneficencia del Profeta para alcanzar el cielo. Ya sé que hay una banca islámica. Y una economía... Los gobiernos islamistas de Túnez o Egipto comparten ese programa con los salafistas radicales, pero lo enmascaran utilizando un discurso en cada ocasión: uno light para no asustar a la comunidad internacional; otro para los no islamistas, y otro más radical para sus fieles. ¿Por qué siguen diferentes tácticas? Todos se inspiran en la vida del Profeta: los moderados creen estar en la etapa de La Meca y los radicales en la de Medina. ¿En qué sentido? Mahoma, hábil político, supo leer las correlaciones de fuerza. En La Meca, sabiéndose débil, fortaleció sus bases y adiestró sus fuerzas hasta crear las condiciones para ganar. Y arrasó hasta España. En la segunda etapa, ya en Medina, Mahoma comenzó a dotar a sus conquistas territoriales de estructuras de Estado absoluto. Y los radicales se creen hoy ya en Medina. ¿Cree que ganarán la partida? Los árabes aspiramos a más bienestar, tolerancia y libertad. Y los frenaremos ¿Cómo? Explotando las contradicciones internas del discurso islamista: predican que fuimos antaño amos del mundo, pero caímos en la decadencia al relajar la práctica islámica. Todo absolutismo preconiza un retorno a su arcadia feliz y arrebatada. Tras la invasión napoleónica, los egipcios llegaron a enviar emisarios a Francia para descubrir por qué habían sido derrotados y aprender del error. Es la conciencia de la majda: la regeneración árabe pendiente espiritual y política. Con la vuelta al rigor islamista, dicen que recuperaremos la prosperidad. Ahí ustedes pueden ayudarnos. ¿Cómo? Los turistas occidentales demuestran todo lo contrario: que la prosperidad es hija de la diversidad y la pluralidad, y no del fundamentalismo y el rigor moralista. Las europeas son libres y pueden ponerse un bikini, vestirse bien y estar en un buen hotel. ¿Son ejemplo o anatema? Ponen en ridículo a los imanes que dicen que hemos caído en la pobreza y el colonialismo precisamente porque las mujeres no obedecen a sus maridos como antaño. ¿Qué piensan las mujeres tunecinas? Son el problema islamista. La libertad que defienden es la principal contradicción para su discurso reaccionario. Mi propia madre, por lo demás muy creyente, se ríe de que los islamistas preconicen volver a la poligamia coránica. "Que Alá me perdone –dice mamá–, pero eso es una gilipollez". Su madre tiene toda la razón. Las tunecinas han probado durante medio siglo las libertades y no renunciarán a ellas. Hoy, por ejemplo, se divorcian sólo con decirlo ante el juez, por eso se niegan a permitir que el islamismo restaure el repudio machista. Y si preservamos la democracia, esa voluntad son muchos votos. El no de las mujeres Chamkhi, preso político bajo la dictadura de Ben Ali, denuncia con lucidez la amenaza islamista que hoy pone en peligro las libertades recién conseguidas por los árabes tras derrocar a los dictadores. No hay islamistas moderados o radicales, porque todos persiguen el poder absoluto. Sólo se diferencian, inspirados por el Corán, en sus táctica: los radicales lo quieren todo y ya, y están dispuestos a usar la violencia; los moderados también lo quieren todo, pero esperan lograrlo por etapas. Chamkhi, al cabo, es optimista y cree que en Túnez, donde las mujeres han gozado de libertades durante décadas, las ciudadanas evitarán que la dictadura islámica reemplace a la militar. 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